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por sus propios nombres y llamándolos que socorriesen a la salud de todos,
porque su casa ardía a vivas llamas. Cuando los vecinos oyeron esto, cada
uno, espantado del peligro que les podía venir a su casa por la vecindad de
la del cambiador, venían corriendo a socorrerle. Entonces nosotros, puestos
en uno de dos peligros, o de matar a nuestro compañero o desampararlo,
acordamos un remedio terrible, queriéndolo él, y fue éste: que cortamos el
brazo a nuestro capitán por la coyuntura donde se junta con el hombro, y
dejado allí el brazo, atada la herida con muchos paños, porque las gotas de
sangre no hiciesen rastro por donde nos sacasen, arrebatamos a Lamaco y
llevámoslo como pudimos; y como íbamos huyendo, espantados de aquel
tumulto, y nos era forzado huir del instante peligro, él ni nos podía seguir
ni podía quedar seguro. Y como era valiente, animoso, esforzado,
rogábanos muchas veces cuanto él podía, por la diestra del dios Marte y por
la fe del juramento que entre nosotros había, que librásemos a un buen
compañero del tormento que recibía y de ser cautivo y preso. Diciendo
asimismo que cómo había de vivir un hombre esforzado teniendo el brazo
cortado, con el cual solía robar y degollar; que él se tenía por
bienaventurado si muriese a manos de sus compañeros. Así que, después
que él vio que a ninguno de nosotros podía persuadir que de nuestra gana lo
matásemos, tomó con la otra mano un puñal que traía, besándole muchas
veces, dio un gran golpe que se lanzó el puñal por los pechos. Entonces
nosotros, alabando el esfuerzo de tan gran varón, tomamos su cuerpo, y
envuelto en una sábana echámosle dentro en la mar para que lo escondiese,
y así quedó allí nuestro capitán Lamaco cubierto de aquel elemento, el cual
hizo fin conforme a sus virtudes. Además de esto, el otro nuestro
compañero Alcimo, que tenía muy buenos y muy astutos comienzos en lo
que había de hacer, no pudo huir la sentencia de la cruel Fortuna: el cual,
después de quebradas las puertas de casa de una vejezuela que estaba
durmiendo, subió a la cámara donde dormía y pudiera muy bien ahogarla si
quisiera; pero quiso primero lanzar por una ventana a la calle todas las
cosas que tenía, para que nosotros las recogiésemos por parte de fuera; ya
que tenía echadas muy bien a su placer todas aquellas cosas, no quiso
perdonar la cama en que la vieja dormía, así que revolviola en su camilla y
tomole la manta de encima para echarla por la ventana. La mala de la vieja,
cuando esto vio, hincose de rodillas ante él, diciendo:
-¡Oh hijo mío!, ruégote que me digas por qué estas cosas pobrecillas y
rotas de una vieja mezquina das a los vecinos ricos sobre cuyas casas cae
esta ventana.
Alcimo, oyendo esto, fue engañado, creyendo que la vieja decía verdad,
y temiendo que las cosas que primero había lanzado, y las que después
echase, ya que estaba avisado, por ventura no las hubiese echado a sus
compañeros, sino a otras casas ajenas, asomose a la ventana, colgándose
para ver muy bien todas las cosas, especialmente de la casa que estaba
junta, donde dijo la vieja que habían caído las cosas que había echado.
Cuando la vieja lo vio, el cuerpo medio salido de la ventana, y que estaba
atónito mirando a una parte y a otra, aunque ella tenía poca fuerza,
súbitamente lo empujó, que dio con él de allí abajo. El cual, demás de caer
de la ventana, que era bien alta, dio en una piedra grande que allí estaba,
donde se quebró y abrió todas las costillas, de manera que salieron de él
ríos de sangre. Y desde que nos hubo contado todo lo que le había
acontecido, no pudiendo sufrir tanto tormento, hizo fin de su vida, al cual
dimos sepultura en la mar, como la otra, dando compañero a Lamaco.
Capítulo III
En el cual uno de aquellos ladrones, prosiguiendo en sus cuentos, relata
que pasados de Beocia a la provincia de Tebas, en un lugar llamado
Plateas, robaron un varón llamado Democares, con una graciosa
industria, vistiéndose el uno de los compañeros de un cuero de una loba.
Entonces, con la pérdida de estos dos compañeros, nosotros, tristes y
con pena, parecionos que debíamos dejar de más entender en las cosas de
aquella provincia de Tebas, y acordamos venirnos a una ciudad que estaba
cerca de allí, que ha nombre Plateas, en la cual hallamos gran fama de un
hombre que moraba allí, llamado Democares, el cual celebraba grandes
fiestas al pueblo, porque él era principal de la ciudad, hombre muy rico y
liberal; hacía estos placeres y fiestas al pueblo por mostrar la magnificencia
de sus riquezas. ¡Quién podría ahora explicar y tener idóneas palabras para
decir tanta facundia de ingenio, tantas maneras de aparatos como tenía! Los
unos eran jugadores de esgrima afamados de sus manos; otros, cazadores
muy ligeros para correr; en otra parte había hombres condenados a muerte,
que los engordaba para que los comiesen las bestias bravas. Había
asimismo torres hechas de madera, a la manera de unas casas movedizas,
que se traen de una parte a otra, las cuales eran muy bien pintadas, para
acogerse a ellas cuando corrían toros u otras bestias en el teatro. Además de
esto, ¡cuántas maneras de bestias había allí y cuán fieras y valientes! Tanto
era su estudio de hacer magníficamente aquellos juegos, que buscaban
hombres de linaje que fuesen condenados a muerte, para que ellos peleasen
con las bestias. Pero sobre todo el aparato que buscaba para estas fiestas
principalmente, y con cuanta fuerza de dineros podía, procuraba tener
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