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LUISA. Sí.
COMISARIO. ¿Ha ocurrido algo desde la última vez que estuve aquí... hace
quince días?
LUISA. No. No ha ocurrido nada nuevo.
COMISARIO. ¿Entonces?
LUISA. Tengo que hablar con usted.
COMISARIO. ¿Dónde está el resto de la familia?
LUISA. Trabajando fuera de la casa. Por eso me he atrevido a llamarle.
COMISARIO. Yo pensaba venir a hacerles mi visita de siempre.
LUISA. Era preciso que viniera en este momento. Estoy yo sola y podremos
hablar.
COMISARIO. Pues usted dirá.
LUISA. No sé si hago bien, pero estoy decidida a hablar. No puedo soportar
más lo que ocurre en esta casa. No podemos soportarlo ninguno; pero,
por una razón o por otra, nadie habla. Yo voy a hacerlo.
COMISARIO. Está bien. Hable. ¿Qué es lo que ocurre en esta casa?
LUISA. (Nerviosa.) ¿Quiere mirar si viene alguien? Por favor. (El COMISA-
RIO se levanta y va al ventanal. Mira hacia el exterior. Después va a
la puerta. Vuelve.)
212 ALFONSO SASTRE
COMISARIO. (Sonríe tranquilizadoramente.) No hay nadie. Puede hablar
sin ningún temor.
LUISA. En esta casa todos sabemos quién mató a aquel hombre.
COMISARIO. ¿Que ustedes saben...?
LUISA. Sí, lo sabemos. Y no lo hemos dicho porque ha sido uno de nosotros.
COMISARIO. (Enciende un cigarrillo.) El viejo Isaías Krappo, ¿verdad?
LUISA. (Sorprendida.) ¿Cómo lo sabe?
COMISARIO. Lo sospechaba, pero no teníamos pruebas contra él. ¿Tiene us-
ted alguna prueba de que él es el asesino?
LUISA. Yo lo vi.
COMISARIO. ¿Aquella noche... estaba usted despierta?
LUISA. Sí.
COMISARIO. ¿Desde dónde lo vio?
LUISA. Desde la ventana.
COMISARIO. ¿Por qué no lo dijo al día siguiente?
LUISA. Porque él me amenazó.
COMISARIO. ¿Y después?
LUISA. Después fueron sabiéndolo todos, y entre todos formamos un silen-
cio raro... y difícil.
COMISARIO. Le agradezco mucho que haya hablado. Estaba esperando este
momento. Sabía que tenía que llegar. Ustedes no iban a callarse toda la
vida. Era demasiado.
LUISA. ¿Estaba usted esperando?
COMISARIO. Sí.
LUISA. Entonces, tenía usted la seguridad de que el viejo era el asesino.
COMISARIO. Casi la seguridad.
LUISA. ¿Por qué?
COMISARIO. (Sonríe.) Soy policía. Estoy algo acostumbrado a oler crimina-
les. Lo difícil es encontrar las pruebas.
LUISA. ¿Usted nos ha espiado durante todo este tiempo?
COMISARIO. No. Simplemente he venido a visitarles.
LUISA. Usted venía sonriendo y nos trataba con simpatía y casi con familia-
ridad; pero, en realidad, estaba espiándonos.
COMISARIO. Era preciso que ustedes se sintieran tranquilos y confiados en
mi presencia. Es una cuestión de método.
LUISA. ¿Hay otros métodos?
LA MORDAZA 213
COMISARIO. ¡Oh! Hay muchos métodos. Pero, en este caso, bastaba con
esperar. Viniendo, he acelerado un poco el proceso; pero ustedes, más
tarde o más temprano, hubieran ido a buscarme a la Jefatura. Y de no
estar yo, hubieran preguntado por otro policía cualquiera o hubieran vuelto
un día y otro hasta encontrarme. Pero era preciso acelerar un poco la
investigación.
LUISA. ¿Y usted venía a vernos para darnos oportunidades de hablar?
COMISARIO. Exactamente. (Un silencio. LUISA mira al COMISARIO con des-
precio.)
LUISA. El suyo es un oficio bastante desagradable; ¿no le parece, señor co-
misario?
COMISARIO. Sí, muy desagradable... en algunas circunstancias.
LUISA. Yo no me arrepiento de haber hablado, porque tenía que hacerlo;
pero no siento por usted ni la más pequeña simpatía. Sépalo.
COMISARIO. Lo lamento. He cumplido con mi deber. (Un silencio.)
LUISA. Y ahora, ¿qué piensa hacer con el viejo?
COMISARIO. Detenerlo en cuanto tenga el auto de detención.
LUISA. (Con miedo.) ¿No puede detenerlo inmediatamente?
COMISARIO. No.
LUISA. (Grita.) ¡Tiene que detenerlo inmediatamente! ¿Cómo lo va a dejar
aquí ahora? Usted no lo conoce. Dijo que me mataría si hablaba.
COMISARIO. No tiene por qué saber que usted ha hablado hasta que yo ven-
ga a buscarlo con la orden de detención.
LUISA. (Con nervios.) Me lo notará. Me notará que he hablado.
COMISARIO. Vamos, cálmese.
LUISA. Tengo frío. Estoy temblando. Me lo notará.
COMISARIO. Tiene que calmarse. Tiene que ser valiente ahora..., hasta el final.
LUISA. No puedo. No puedo. Me lo va a notar. Se da cuenta de todo. Es un
demonio. ¿Cuánto tiempo puede tardar usted?
COMISARIO. Quizá pueda venir dentro de un par de horas. Quizá no pueda
volver hasta mañana.
LUISA. ¡No!
COMISARIO. Procuraré volver lo antes posible.
LUISA. ¡No! ¡Usted no puede irse! ¡Estoy segura de que ocurriría una des-
gracia! ¡Hágame caso! ¡No se vaya, señor comisario! ¡No se vaya!
Puede enviar a alguien.
214 ALFONSO SASTRE
COMISARIO. Debo ir yo. Lo siento.
LUISA. Entonces, ¿va a dejarme sola?
COMISARIO. Queda usted con su marido. Si ocurriera algo, no tiene nada que
temer. Hay varios hombres en la casa.
LUISA. Usted no conoce a esos hombres, señor comisario. No se atreverían
a defenderme. Tienen horror al viejo. Le tienen horror. (Entra ISAÍAS
KRAPPO. Queda junto a la puerta, mirando alternativamente a LUISA
y al COMISARIO. LUISA se echa a llorar nerviosamente. ISAÍAS la mira
con fijeza y se acerca a ella. Le pasa una mano por la cabeza, bajo
la mirada vigilante del policía. Acaricia la cabeza de LUISA, que
llora más fuertemente. ISAÍAS levanta el rostro hacia el COMISARIO.)
ISAÍAS. Se lo ha contado todo, ¿verdad? (Su voz suena dulce, tranquila.)
COMISARIO. Sí.
ISAÍAS. La pobre no ha podido callarlo por más tiempo. Era demasiado para
ella. ¿No cree usted, señor comisario?
COMISARIO. Sí. Era demasiado para ella.
ISAÍAS. Esto tenía que terminar así. Me di cuenta desde el principio. Al día
siguiente ya me había dado cuenta de que había sido un error matar a
aquel hombre. No hacía falta matarlo. Mi mujer suele decir que las no-
ches de calor vuelven locos a los hombres. Tiene razón. Yo he cometido
todas mis pequeñas locuras en tiempo de calor. No sé por qué será. Es
curioso, ¿eh?
COMISARIO. Y si se daba cuenta de que la partida estaba perdida para usted,
¿por qué no se entregó desde el principio?
ISAÍAS. (Ríe.) No. ¿Cómo iba yo a hacer eso? A mí siempre me ha divertido
luchar. Nunca me he dado por vencido. Ésta era una partida que me
divertía jugar porque era una partida difícil. Y, además, durante este tiempo
de lucha, he gozado terriblemente de la vida. He vivido día a día como si
cada momento fuera a ser el último. Ha sido maravilloso.
COMISARIO. ¿Querrá usted acompañarme a la ciudad?
ISAÍAS. ¿Quiere llevarme detenido?
COMISARIO. Todavía no. Hasta ahora, sólo puedo rogarle que me acompañe.
ISAÍAS. (Ríe.) No, mi querido amigo. La lucha, por ahora, continúa. Usted
tiene que traer una orden de detención. ¿Qué creía? ¿Qué la cosa le iba
a ser tan fácil?
COMISARIO. Puedo volver dentro de dos horas con la orden de detención.
LA MORDAZA 215
ISAÍAS. Hágalo. ¿Quién se lo impide? Tendré tiempo de despedirme de mi
familia.
LUISA. No. No se vaya. No se vaya.
ISAÍAS. Vamos, Luisa. ¿Por qué dices eso? El señor comisario va a suponer [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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