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temperamento físico, y todo este conjunto forma la dote primitiva que
la educación, los ejemplos, el aprendizaje, todos los acontecimientos y
las acciones ulteriores de la infancia y de la juventud han de torcer o
completar. Cuando estas distintas fuerzas, en vez de anularse unas a
otras, se suman conjuntamente, su convergencia marca en el hombre
una huella muy profunda, y entonces aparecen los caracteres intensos
y fuertes.
A veces en la naturaleza no se observa esta convergencia; pero
nunca falta en la obra de los grandes artistas; por eso sus caracteres,
aunque compuestos de los mismos elementos que los caracteres reales,
tienen más fuerza que la realidad. Prepara el autor su personaje con
mucho tiempo y minuciosidad, y al presentárnoslo comprendemos que
no puede ser de otra manera. Un sólido armazón le sostiene y una
profunda lógica le ha construído. Nadie ha poseído este don en más
alto grado que Shakespeare. Si leéis cuidadosamente los distintos pa-
peles de sus dramas, encontraréis a cada momento, en una palabra, en
un ademán, en una humorada, en una idea incoherente, en el giro de
una frase, una alusión, un indicio que os revelarán todo el interior,
todo el pasado y todo el porvenir del personaje.
Esta es la cara interna, el fondo último de las cosas. El tempera-
mento corporal con las aptitudes y tendencias originarias o adquiridas,
la flora complicada de las ideas y de las costumbres próximas o re-
motas, toda la savia de la naturaleza humana, infinitamente transfor-
mada desde las raíces más antiguas hasta los brotes más recientes, han
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Filosofía del arte donde los libros son gratis
contribuido a la producción de las acciones y de las palabras que
constituyen su coronamiento.
Toda esta multitud de fuerzas y este concurso de efectos concen-
trados han sido necesarios para dar vida a figuras como las de Corio-
lano, Mácbeth, Hamlet, Otelo, y para componer, nutrir, exaltar la
pasión que se adueña de sus almas paralizándolas o arrebatándolas en
su torbellino. Al lado de Shakespeare me atrevo a nombrar un autor
moderno, casi contemporáneo- Balzac-, el más rico entre todos los que
han manejado el tesoro de la naturaleza moral durante nuestra época.
Ninguno ha mostrado mejor la formación humana, la superposición
sucesiva de sus fundamentos, las consecuencias agregadas e inter-
puestas del parentesco, las primeras impresiones, la conversación, las
lecturas, las amistades, la profesión, la vivienda; las huellas múltiples
que cada día vienen a imprimirse en nuestra alma, dándole al mismo
tiempo forma y consistencia.
Pero Balzac era novelista y sabio, en lugar de ser como Shakes-
peare, dramaturgo y poeta; por esto, en vez de ocultar la cara interna
de las cosas, la muestra por extenso. Hallaréis la enumeración de esos
últimos fondos en sus descripciones, en sus disertaciones infinitas, en
los retratos minuciosos de una casa, un rostro o un traje, en los relatos
previos de una infancia o una educación; en las explicaciones técnicas
de un invento o de un proceso. Sin embargo, con todo esto, su arte es
el mismo, y cuando construye sus personajes, Hulot, el padre Grandet,
Felipe Brideau, la solterona, un espía, una cortesana, un gran hombre
de negocios, su talento consiste siempre en coger una cantidad enorme
de elementos constitutivos y de influencias morales en un solo cauce y
en una misma vertiente, como diversos caudales de agua que viniesen
a engrosar y enriquecer un mismo río.
Las situaciones y acontecimientos constituyen otro grupo en los
elementos de la vida literaria. Es necesario que el conflicto en que se
encuentra el personaje sea adecuado para la manifestación del carácter
que el autor ha concebido. También en este respecto es muy superior
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Hipólito Adolfo Taine donde los libros son gratis
el arte a la naturaleza, porque en la naturaleza no siempre suceden las
cosas de esta suerte.
A veces un carácter grande y vigoroso, por falta de ocasión o de
incentivo, queda esfumado e inerte. A no haber estado Cronwell en
medio de la Revolución inglesa es muy probable que hubiese conti-
nuado llevando la vida que tuvo hasta los cuarenta años: con su fami-
lia, en su distrito, propietario rural, autoridad del municipio, austero
puritano, ocupándose de los abonos, los animales, los hilos y los es-
crúpulos de conciencia. Si hacéis retroceder tres años la Revolución
francesa, Mirabeau no hubiese sido mas que un noble fuera de su cen-
tro, aventurero y vividor. Por otra parte, un carácter vulgar o endeble
que no se ha puesto a la altura de acontecimientos trágicos hubiese
llenado su cometido en circunstancias corrientes. Suponed a Luis XVI
nacido en una familia burguesa; con un modesto pasar, empleado o
rentista, hubiera vivido tranquilo y considerado; habría desempeñado
honradamente sus tareas cotidianas; hubiera sido puntual en su ofici-
na, dócil con su mujer, cariñoso con sus hijos; por la noche, a la luz de
la lámpara, dando una lección de geografía, y el domingo, después de
misa, entreteniéndose con sus herramientas de cerrajero.
El personaje con todas sus condiciones, que la naturaleza entrega
como una presa a la vida, es como el navío que desde el astillero se
desliza hasta el mar; necesita brisa o viento fuerte, según sea barquilla
o fragata; el huracán que hace bogar de prisa a la fragata, hunde al
barquichuelo; y la brisa suave que basta para llevar a la barquilla, deja
inmóvil a la fragata en medio del puerto. Es, pues, necesario que el
artista apropie las situaciones a los caracteres.
He aquí una nueva concordancia, y no necesito demostraros que
los grandes artistas nunca dejan de atender a ella. Lo que se llama en
sus obras la intriga o la acción es precisamente una serie de aconteci-
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