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cho, no teniendo ya como antes guardadas las espaldas con la forti-
ficación de la muralla. Entonces, pues, viniendo a las manos con el
enemigo fuera de aquellas angosturas los que peleaban en los días
anteriores contenidos dentro de ellas, era mayor la riza y caían en más
crecido número los bárbaros. A esto contribuía no poco el que los
oficiales de aquellas compañías, puestos a las espaldas de la tropa con
el látigo en la mano, obligaban a golpes a que avanzase cada soldado,
naciendo de aquí que muchos caídos en la mar se ahogasen, y que
muchos más, estrujados y hollados los unos a los pies de los otros,
quedasen allí tendidos, sin curarse en nada del infeliz que perecía. Y
los Griegos, como los que sabían haber de morir a manos de las tropas
que bajaban por aquel rodeo de los montes, hacían el último esfuerzo
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Este punto no está entre los antiguos bien aclarado. Dice Diodoro que solo
se quedó Leonidas con los de Tespias: Pausanias sustituye a los Tébanos 80
hombres de Micenas: Plutarco acrimina al autor por suponer que Leonidas
sólo tenía consigo 300 hombres, cuando cada Espartano solía traer consigo seis
o siete de sus ilotas.
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Son célebres las palabras que de Leonidas a los suyos: «Comed como quien
ha de cenar con Plutón.» No es creíble, empero, que embistiera de noche el
campo de Jerges con ánimo de matar al rey, por más que Diodoro, Justino y
Plutarco lo escriban.
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Los nueve libros de la historia donde los libros son gratis
de su brazo contra los bárbaros, despreciando la vida y peleando de-
sesperados.
CCXXIV. En el calor del choque, rotas las lanzas de la mayor
parte de los combatientes Espartanos, iban con la espada desnuda ha-
ciendo carnicería en los Persas. En esta refriega cae Leonidas peleando
como varón esforzado, y con él juntamente muchos otros famosos
Espartanos, y muchos que no eran tan celebrados, de cuyos nombres
como de valientes campeones procuré informarme, y asimismo del
nombre particular de todos los trescientos96. Mueren allí también mu-
chos Persas distinguidos e insignes, y entre ellos dos hijos de Darío, el
uno Abrocomas y el otro Hiperantes, a quienes tuvo en su esposa Fra-
gatuna, hija de Artanes, el cual, siendo hermano del rey Darío, hijo de
Histaspes y nieto de Arsames, cuando dio aquella esposa a Darío, le
dio con ella, pues era hija única y heredera, su casa y hacienda.
CCXXV. Allí murieron peleando estos dos hermanos de Jerges.
Pero muerto ya Leonidas, encendióse cerca de su cadáver la mayor
pelea entre Persas y Lacedemonios, sobre quiénes le llevarían, el cual
duró hasta que los Griegos, haciendo retirar por cuatro veces a los
enemigos, le sacaron de allí a viva fuerza. Perseveró el furor de la
acción hasta el punto que se acercaron los que venían con Epialtes,
pues apenas oyeron los Griegos que ya llegaban, desde luego se hizo
muy otro el combate. Volviéndose atrás al paso estrecho del camino y
pasada otra vez la muralla, llegaron a un cerro, y juntos allí todos me-
nos los Tébanos, sentáronse apiñados. Está dicho cerro en aquella
entrada donde se ve al presente un león de piedra sobre el túmulo de
Leonidas. Peleando allí con la espada los que todavía la conservaban, y
todos con las manos y a bocados defendiéndose de los enemigos, fue-
ron cubiertos de tiros y sepultados bajo los dardos de los bárbaros, de
quienes unos les acometían de frente echando por tierra el parapeto de
la muralla, y otros, dando la vuelta, cerrábanles en derredor.
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Pausanias nos manifiesta que el nombre de los 300 campeones; estaba nota-
do en una columna levantada en Esparta.
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Heródoto de Halicarnaso donde los libros son gratis
CCXXVI. Y siendo así que todos aquellos Lacedemonios y Tes-
pienses se portaron como héroes, es fama con todo que el más bravo
fue el Espartano Dieneces, de quien cuentan que como oyese decir a
uno de los Traquinios, antes de venir a las manos con los Medos, que
al disparar los bárbaros sus arcos cubrirían el sol con una espesa nube
de saetas, tanta era su muchedumbre, dióle por respuesta un chiste
gracioso sin turbarse por ello; antes haciendo burla de la turba de los
Medos, díjole: -que no podía el amigo Traquinio darle mejor nueva,
pues cubriendo los Medos el sol se podría pelear con ellos a la sombra
sin que les molestase el calor. Este dicho agudo, y otros como éste,
dícese que dejó a la posteridad en memoria suya el Lacedemonio Die-
neces.
CCXXVII. Después de éste señaláronse mucho en valor dos her-
manos Lacedemonios, Alfeo y Maron, hijos de Orisanto. Entre los
Tespienses el que más se distinguió aquel día fue cierto Detirambo,
que así se llamaba, hijo de Amártidas.
CCXXVIII. En honor de estos héroes enterrados allí mismo donde
cayeron, no menos que de los otros que murieran antes que partiesen
de allí los despachados por Leonidas, pusiéronse estas inscripciones:
«Contra tres millones pelearon sólos aquí, en este sitio, cuatro mil
Peloponesios.» Cuyo epígrama se puso a todos los combatientes en
común, pero a los Espartanos se dedicó éste en particular: «Habla a los
Lacedemonios, amigo, y diles que yacemos aquí obedientes a sus man-
datos.» Este a los Lacedemonios al adivino se puso el siguiente: «He
aquí el túmulo de Megistias, a quien dio esclarecida muerte al pasar el
Sperquio el alfanje medo: es túmulo de un adivino que supo su hado [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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