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de lante una tarea que le agradaba. -¿Va usted a salir, Watson?
-Únicamente si no puedo serle de ayuda.
-No, mi querido amigo, es en el momento de la acción cuando me dirijo a usted en busca de ayuda. Pero
esto que acabamos de oír es espléndido, realmente único desde varios puntos de vista. Cuando pase por
Bradley's, ¿será tan amable de pedirle que me envíe una libra de la picadura más fuerte que tenga? Muchas
gracias. También le agradecería que organizara sus ocupaciones para no regresar antes de la noche. Para
entonces me agradará mucho comparar impresiones acerca del interesantísimo problema que se ha presentado
esta mañana a nuestra consideración.
Yo sabía que a Holmes le eran muy necesarios la reclusión y el aislamiento durante las horas de intensa
concentración mental en las que sopesaba hasta los indicios más insignificantes y elaboraba diversas teorías
que luego contrastaba para decidir qué puntos eran esenciales y cuáles carecían de importancia. De manera
que pasé el día en mi club y no regresé a Baker Street hasta la noche. Eran casi las nueve cuando abrí de
nuevo la puerta de la sala de estar.
Mi primera impresión fue que se había declarado un incendio, porque había tanto humo en el cuarto que
apenas se distinguía la luz de la lámpara situada sobre la mesa. Nada más entrar, sin embargo, se disiparon
mis temores, porque el picor que sentí en la garganta y que me obligó a toser procedía del humo acre de un
tabaco muy fuerte y áspero. A través de la neblina tuve una vaga visión de Holmes en bata, hecho un ovillo en
un sillón y con la pipa de arcilla negra entre los labios. A su alrededor había varios rollos de papel.
-¿Se ha resfriado, Watson?
-No; es esta atmósfera irrespirable.
-Supongo que está un poco cargada, ahora que usted lo menciona.
-¡Un poco cargada! Es intolerable.
-¡Abra la ventana entonces! Se ha pasado usted todo el día en el club, por lo que veo.
-¡Mi querido Holmes! -¿Estoy en lo cierto?
-Desde luego, pero ¿cómo...?
A Holmes le hizo reír mi expresión de desconcierto. -Hay en usted cierta agradable inocencia, Watson, que
convierte en un placer el ejercicio, a costa suya, de mis modestas facultades de deducción. Un caballero sale
de casa un día lluvioso en el que las calles se llenan de barro y regresa por la noche inmaculado, con el brillo
del sombrero y de los zapatos todavía intacto. Eso significa que no se ha movido en todo el tiempo. No es un
hombre que tenga amigos íntimos. ¿Dónde puede haber estado, por lo tanto? ¿No es evidente?
-Sí, bastante.
-El mundo está lleno de cosas evidentes en las que nadie se fija ni por casualidad. ¿Dónde se imagina usted
que he estado yo?
-Tampoco se ha movido.
-Muy al contrario, porque he estado en Devonshire.
-¿En espíritu?
-Exactamente. Mi cuerpo se ha quedado en este sillón y, en mi ausencia, siento comprobarlo, ha consumido
el contenido de dos cafeteras de buen tamaño y una increíble cantidad de tabaco. Después de que usted se
marchara pedí que me enviaran de Stanford's un mapa oficial de esa parte del páramo y mi espíritu se ha
pasado todo el día suspendido sobre él. Creo estar en condiciones de recorrerlo sin perderme.
-Un mapa a gran escala, supongo.
-A grandísima escala -Holmes procedió a desenrollar una sección, sosteniéndola sobre la rodilla-. Aquí
tiene usted el distrito concreto que nos interesa. Es decir, con la mansión de los Baskerville en el centro.
-¿Y un bosque alrededor?
-Exactamente. Me imagino que el paseo de los Tejos, aunque no está señalado con ese nombre, debe de
extenderse a lo largo de esta línea, con el páramo, como puede usted ver, a la derecha. Ese puñado de edificios
es el caserío de Grimpen, donde tiene su sede nuestro amigo el doctor Mortimer. Advierta que en un radio de
ocho kilómetros tan sólo hay algunas casas desperdigadas. Aquí está la mansión Lafter, mencionada en el
relato que leyó el doctor Mortimer. Esta indicación de una casa quizá señale la residencia del naturalista..., si
no recuerdo mal su apellido era Stapleton. Aquí vemos dos granjas dentro del páramo, High Tor y Foulmire.
Luego, a más de veinte kilómetros, la prisión de Princetown. Entre esos puntos desperdigados se extiende el
páramo deshabitado y sin vida. Tal es, por lo tanto, el escenario donde se ha representado la tragedia y donde
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