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pantalones, los zapatos, los calcetines. Entré en el dormitorio y me tumbé en la
cama junto a Fay. No podía acomodarme. Cada vez que me movía, me costaba un
infierno.
.El único momento en que estás solo; Chinaski, pensé, es cuando conduces camino
del trabajo o de vuelta a casa.
Finalmente conseguí adoptar una posición boca abajo.
Me dolía todo. Pronto estaría de nuevo en el trabajo. Si pudiera conseguir
dormirme, algo ayudarla. Cada dos por tres oía pasar páginas, el sonido de una
chocolatina siendo deglutida. Había sido una de sus noches en el taller de
escritores. Si al menos pudiera apagar las luces...
-¿Cómo ha ido en el taller? -pregunté boca abajo.
-Estoy preocupada por Robby.
-Oh -dije-, ¿qué le pasa?
Robby era un tipo que andaba por los cuarenta y que había vivido toda su vida con
su madre. Sólo escribía, según me habían dicho, historias terriblemente divertidas
sobre la Iglesia Católica. Robby hacía realmente trizas a los católicos. Las revistas
no estaban preparadas para Robby, aunque una vez le habían publicado algo en un
periódico canadiense. Yo había visto a Robby en una ocasión en una de mis noches
libres. Llevé a Fay a esta mansión donde todos se reunían a leerse sus pijadas los
unos a los otros.
-¡Oh! ¡Ahí está Robby! -dijo Fay-. ¡Escribe unas historias divertidísimas sobre la
Iglesia Católica!
Me lo señaló. Robby nos daba la espalda. Su culo era ancho, grande y blando; se le
caía de los pantalones. ¿Es que acaso no lo veían? pensé yo.
-¿No vas a entrar? -me preguntó Fay.
-Quizá la semana que viene...
Fay se metió otra chocolatina en la. boca.
-Robby está preocupado. Ha perdido su trabajo en la camioneta de repartos. Dice
que no puede escribir sin tener un trabajo. Necesita sentirse seguro. Dice que no
podrá escribir hasta que encuentre un nuevo trabajo.
-Coño -dije-, yo puedo conseguirle un trabajo.
-¿Dónde? ¿Cómo?
-Están haciendo una ampliación de personal en la
Oficina de Correos. La paga no está mal.'
-¡LA OFICINA DE CORREOS! ¡ROBBY ES DEMASIADO SENSIBLE PARA TRABAJAR EN
LA OFICINA DE CORREO!
-Lo siento -dije-, mi intención era buena. Buenas noches.
Fay no me contestó. Estaba furiosa.
8
Tenía los viernes y sábados libres, lo que hacía el domingo el día más duro. Aparte
que los domingos tenía que presentarme a las 3 :30 de la tarde en vez de mi usual
hora de las 6:18.
Un domingo llegué y me destinaron a la sección de periódicos, como era habitual
los domingos, y esto significaba por lo menos ocho horas de pie.
Aparte de los dolores, estaba empezando a sufrir mareos. Todo empezaba a dar
vueltas, y cuando estaba a punto de desvanecerme, conseguía mantenerme y
recuperarme.
Había sido un domingo brutal. Habían venido algunos amigos de Fay, se habían
instalado en el sofá y habían empezado a cacarear lo grandes escritores que eran,
realmente lo mejor de la nación. La única razón de que no fueran publicados era,
decían, porque no enseñaban su obra a los editores.
Yo los había mirado. Si escribían conforme a su aspecto, tomando sus cafés,
soltando risitas y mojando sus rosquillas, daba igual que enseñasen su obra a los
editores o que se la guardasen metida en el culo.
Estaba clasificando revistas. Necesitaba un café, dos cafés, un bocado para comer.
Pero todos los supervisores estaban vigilando junto a la salida. Podía salir por atrás.
Tenía que recuperarme. La cafetería estaba en el segundo piso. Yo estaba en el
cuarto. Había una puertecilla que daba a unas escaleras en los lavabos. Miré el
cartel que había en ella.
¡ATENCION! ¡NO USEN ESTA ESCALERA!
Vaya imbéciles. Yo era más listo que esos comemierdas. Ponían ese cartel para
evitar que los tipos inteligentes como Chinaski bajaran a la cafetería. Abrí la puerta
y empecé a bajar. La puerta se cerró tras de mí. Bajé hasta el segundo piso. Hice
girar el picaporte. ¡Qué carajo! ¡La puerta no se abría! Estaba cerrada. Subí arriba.
Pasé la puerta del tercer piso. No intenté abrirla. Sabía que estaba cerrada, igual
que la del piso primero. Conocía la Oficina de Correos bastante bien a esas alturas.
Cuando ponían una trampa, eran concienzudos. Me quedaba una última y
pequeñísima oportunidad. Estaba en el cuarto piso. Probé con el picaporte. Estaba
cerrada.
Al menos, la puerta estaba cerca de los lavabos. Siempre había alguien entrando y
saliendo para echar una meada. Esperé. 10 minutos. 15 minutos. ¡20 minutos! ¿Es [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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